Cuentecillo #2
- E.M.S.
- 8 abr 2016
- 1 Min. de lectura
Elegía de la despechada
Era el Atila de sí mismo y la cicuta de los demás. Era bruto como un oso sin hibernar, era grasiento, grisáceo, soso, desvaído, bosquejo de Matt Groening, era troglodita, cerril, cromañón, Pedro Picapiedra alcoholizado y Hitler sin poder, una bolsa de mañas y resentimiento, un bolsón, un bulto en términos boxísticos, un tongo, un derrotado por su sombra en el primer asalto, un verdadero fraude, no alcanzaba la categoría de muerto viviente. Era un malviviente, un vividor y un bebedor, un zángano, corriente como las galletas de animalitos, el Atacama del sentido del humor, el nadir de la creatividad.
Era misógino, caliginoso, gelatinoso, machista, espermafloja, pitobreve, celoso, cagón y melifluo, era biológicamente inferior, químicamente impuro, involucionado, centrípeta, hoyo negro, satélite de los demás, escrofuloso, escrupulosamente edípico pero odiado por su madre por feo y llorón, su ángel de la guarda se escondía e inventaba pretextos para no guardarlo de nada o empujarlo al paso del tren, su alter ego se deslindaba de él, su doppelganger lo demandó buscando la emancipación, su corazón y su alma querían salirse de él por insoportable, engreído y aristotélico. No era malo sino pésimo... En fin, fue mi esposo y no quisiera hablar mal de él. ©

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