Luminosidad anímica: el café
- E.M.S.
- 1 abr 2016
- 1 Min. de lectura
No nos engañemos, la verdadera chispa de la vida es el café, por lo menos en las mañanas. Cuando está bien hecho, termina de espabilarnos tan solo con el aroma; cuando no, hay que esperar hasta los primeros sorbos o la próxima cafetería. Sea como sea, reanima, nos proporciona energías y ganas de conversar inteligentemente o por lo menos con optimismo.
Dicen los expertos que el café soluble no es café, pero basta saber que se llama igual que el otro para que nos ayude. Con moderación, el café tiene propiedades benéficas para el cuerpo, y si no está considerado como panacea en la aromaterapia, debería estarlo. Poniéndolo cursilonamente, los sorbos de café son palmadas de ánimo en la espalda hechas aroma y sabor.
“El día empieza con la primera tazá de café”, reza el letrero de una cafetería. Una imagen imborrable de la literatura es la pareja de El coronel no tiene quien le escriba rascando del fondo del frasco los últimos suspiros de café. No hay mayor pobreza que no tener una taza de café para llevarse a los labios. Así lo han entendido quienes en épocas de grandes privaciones sonrieron con los ojos puestos en un mejor futuro frente a una taza de “café” de achicoria, garbanzo, bellotas o, como reza el tango “Matufias”, de porotos.
En estos casos el café es el sucedáneo de un sucedáneo para mantener las ganas de vivir. Café: luminosidad anímica en oscuro líquido. El elíxir de la vida que tanto buscaron Paracelso y muchos otros. ©

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