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 Nueva sección:
Crónicas sin tiempo
 
Los estorbosos árboles
 

Por fin hay inquilinos en la casa de enfrente, observa el vecino desde su ventana. El nuevo ocupante tiene algunos problemas para meter de reversa su camioneta en la cochera. Avanza de a poco en reversa, da marcha hacia adelante, “se quiebra” y vuelve a retroceder; así dos o tres veces más. Le estorban los árboles grandes que hay a cada lado en el acceso de la banqueta. Ya se acostumbrará, piensa el vecino.

 

La siguiente noche sucede lo mismo. Ya se acostumbrará, repite el vecino. Varios días después nota que algo ha cambiado en la fachada de la casa de enfrente. Le ve diferente, despojada de algo, mustia. Cae en la cuenta de que los dos árboles, los únicos grandes que quedaban en la cuadra, han sido talados desde la base.

 

Por el mismo motivo de ser estorbo para los autos, los otros que existían en la calzada fueron desapareciendo poco a poco. ¿Para qué andarse con engorrosos permisos delegacionales? Además los árboles vuelven a crecer, si no ahí, en otro lugar más apropiado.

 
La luz ámbar del semáforo y otros peligros
 

Reglamentos van y vienen a través de los años, pero somos tantos habitantes y son tantos los coches que circulan por la recién bautizada Ciudad de México (nombre nuevo, problemas viejos), que la luz en ámbar es indicativo para que el automovilista acelere, de ningún modo para que se detenga, como es obligatorio en otros países e incluso en cualquier otra ciudad del país. Tras él, muy de cerca y ya con la luz en rojo, siempre se cuelan tres o cuatro coches.

 

El peatón desprevenido que se pone en marcha se detiene en seco y vuelve a mirar el semáforo creyendo que la vista le ha jugado una mala pasada. Los automovilistas en la calle adyacente ya saben que tienen que esperar, lo que no significa que no invadan el paso cebra, dejen de aplastar sus bocinas y pisar sus aceleradores con el clutch puesto, como perros de pelea sujetos a duras penas por la correa del amo.

 

Y existen los que en cualquier momento se pasan el rojo, como los taxistas. “Lo hago con precaución”, se defienden ellos; “además estoy en mi trabajo”. Excelente argumento éste, ya que es sabido que el resto de los que salimos a las calles día a día lo hacemos para ir a tirarnos panzarriba al parque.

 

Y están también los motociclistas (los repartidores de pizza, uff) y los ciclistas, que con alguna lógica ultraterrestre suponen que el alto del semáforo es sólo para los automovilistas y los viandantes. Idiosincrasia de las megalópolis.

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